Texto escrito como tarefa para a Escola de Idiomas Rockfeller - América em homenagem ao meu amigo espanhol Martín Morales Martínez.
Revisado pela Professora Jéssica Gilgen.
La Ciudad Dorada
En aquel verano, Martín había
vuelto a su ciudad natal: Almería. Parte de los recuerdos de su niñez estaban
allí en aquellos paisajes: el puerto, la Puerta de Purchena, el Parque Nicolás
Salmerón, la Rambla de Almería…
Hace tiempo añoraba estar allí…
Una nostalgia que no se puede explicarla, solamente sentirla. Los aires del
mediterráneo llenaban sus pulmones de una ilusión que no se puede mensurar.
En esta ciudad encantadora, de
tantas memorias, vivía su abuela. Es cierto que no se encontraba con buena
salud, pero era una mujer fuerte del alma. Y hacía las mejores migas de Almería
que se puede imaginar. De hecho, estar en este sitio le hizo rejuvenecer
algunos años. Se sentía como un chaval, lleno de energía y disposición.
Necesitaba olvidar muchas cosas y estaba dispuesto a aprovechar cada minuto de
aquellas vacaciones.
Después de una noche de buenas
charlas y buenas comidas, Martín se despertó muy temprano. Era una mañana
típica de verano con el cielo despejado y el sol alumbraba cada rincón de su
querida Almería. Una invitación perfecta para irse a la Alcazaba y redescubrir
las Murallas del Cerro de San Cristóbal. Allí se encontraba casi mil años de
historia con su arquitectura musulmana de extraordinaria magnitud. Un viaje en
el tiempo, por supuesto.
Pese a que disfrutaba de una
buena vida, había una inquietud en su corazón. Cosas de la vida que necesitaba
reflexionar. Como se trataba de un lugar aislado, eligió un rincón cerca de uno
de los siete torreones de la muralla, siendo tres de ellos de planta cuadrada
de origen musulmán y cuatro de planta circular de origen cristiano. Por cuenta
de su fe, por fin, escogió un torreón de origen cristiano para estar a solas
con Dios.
Y se quedó allí tumbado con las
manos en la nuca, muy relajado. No se acordaba cuando esté así por la última
vez. Su mente estaba a mil por hora, con tantos pensamientos, tantos recuerdos…
De repente, al direccionar su
mirada al cielo, la luz de sol se hizo tan intensa que le había cegado. No, no
se trataba de una metáfora. De hecho aquella luz se había vuelto tan fuerte que
nada podía ver. Los latidos de su corazón estaban tan descompasados que ya no
podría raciocinar. Su cuerpo estaba tan ligero que ahora tenía la sensación de
flotar por el aire. ¡No!, no se trataba de una percepción equivocada. Sus pies
ya no tocaban el suelo y de pronto sintió su cuerpo como lanzado a una otra
dimensión…
Cuando finalmente pudo abrir sus
ojos ya no estaba en las Murallas del Cierro de San Cristóbal. Se encontraba tan
asombrado que no podría creer en lo que sus ojos veían. La ciudad donde se
encontraba era increíble. Tenía una muralla muy grande y alta con doce puertas.
En cada puerta había un ser alado de tamaño descomunal. La ciudad era
perfectamente cuadrada y la estructura de la muralla era de jaspe. Tanto la
ciudad como las calles eran hechas de oro puro que brillaba como el cristal.
Cada puerta era como una perla.
Pero no era la belleza de aquel
lugar que más importaba, sino la paz que Martín ahora sentía. Allí no había
lloro ni dolor. Mientras caminaba por las calles doradas de aquella
indescriptible ciudad podría ver una muchedumbre con vestes blancas y en sus
cabezas distintas coronas. Solo entonces percibió que también llevaba una ropa
igual y tenía en su cabeza una pequeña corona. Durante el paseo se podría
escuchar un coro de voces que envolvía todo aquel lugar. Una melodía
incomparable… ¡Surreal!
Al llegar al fin de una de las
calles pudo ver un gran trono. En este trono estaba sentado un rey. El dueño de
aquella ciudad. Martín no veía su rostro, sino sus cabellos que eran blancos
como la nieve. Él ya se consideraba un ciudadano de aquel extraño, pero
asombroso reino, cuando sintió una mano en sus hombros y oyó una dulce voz que
le dijo: “Por ahora es todo lo que puedes ver… Tienes que regresar, pero un día
volverás aquí otra vez”.
Y en un abrir y cerrar de ojos,
Martín estaba nuevamente tumbado en el cerro de Almería.
¿Sueño o realidad? – pensó
Martín.
Tras un momento se encontraba
lleno de la misma paz que había encontrado en la ciudad dorada y con una
certidumbre: había disfrutado de una realidad que hace tanto tiempo soñaba.
Martín sabía que la vida le había regalado con una experiencia única y tenía solamente un deseo: ganas de volver. ¡Ganas de vivir!
Professor Denilson Duarte
Nenhum comentário:
Postar um comentário