"É bom escrever porque reúne as duas alegrias: falar sozinho e falar a uma multidão". (Cesare Pavese)

Conto 06 - Espanhol - La Ciudad Dorada

Texto escrito como tarefa para a Escola de Idiomas Rockfeller - América em homenagem ao meu amigo espanhol Martín Morales Martínez.

Revisado pela Professora Jéssica Gilgen.


La Ciudad Dorada



  

En aquel verano, Martín había vuelto a su ciudad natal: Almería. Parte de los recuerdos de su niñez estaban allí en aquellos paisajes: el puerto, la Puerta de Purchena, el Parque Nicolás Salmerón, la Rambla de Almería…

Hace tiempo añoraba estar allí… Una nostalgia que no se puede explicarla, solamente sentirla. Los aires del mediterráneo llenaban sus pulmones de una ilusión que no se puede mensurar.

En esta ciudad encantadora, de tantas memorias, vivía su abuela. Es cierto que no se encontraba con buena salud, pero era una mujer fuerte del alma. Y hacía las mejores migas de Almería que se puede imaginar. De hecho, estar en este sitio le hizo rejuvenecer algunos años. Se sentía como un chaval, lleno de energía y disposición. Necesitaba olvidar muchas cosas y estaba dispuesto a aprovechar cada minuto de aquellas vacaciones.

Después de una noche de buenas charlas y buenas comidas, Martín se despertó muy temprano. Era una mañana típica de verano con el cielo despejado y el sol alumbraba cada rincón de su querida Almería. Una invitación perfecta para irse a la Alcazaba y redescubrir las Murallas del Cerro de San Cristóbal. Allí se encontraba casi mil años de historia con su arquitectura musulmana de extraordinaria magnitud. Un viaje en el tiempo, por supuesto.

Pese a que disfrutaba de una buena vida, había una inquietud en su corazón. Cosas de la vida que necesitaba reflexionar. Como se trataba de un lugar aislado, eligió un rincón cerca de uno de los siete torreones de la muralla, siendo tres de ellos de planta cuadrada de origen musulmán y cuatro de planta circular de origen cristiano. Por cuenta de su fe, por fin, escogió un torreón de origen cristiano para estar a solas con Dios.

Y se quedó allí tumbado con las manos en la nuca, muy relajado. No se acordaba cuando esté así por la última vez. Su mente estaba a mil por hora, con tantos pensamientos, tantos recuerdos…  

De repente, al direccionar su mirada al cielo, la luz de sol se hizo tan intensa que le había cegado. No, no se trataba de una metáfora. De hecho aquella luz se había vuelto tan fuerte que nada podía ver. Los latidos de su corazón estaban tan descompasados que ya no podría raciocinar. Su cuerpo estaba tan ligero que ahora tenía la sensación de flotar por el aire. ¡No!, no se trataba de una percepción equivocada. Sus pies ya no tocaban el suelo y de pronto sintió su cuerpo como lanzado a una otra dimensión…

Cuando finalmente pudo abrir sus ojos ya no estaba en las Murallas del Cierro de San Cristóbal. Se encontraba tan asombrado que no podría creer en lo que sus ojos veían. La ciudad donde se encontraba era increíble. Tenía una muralla muy grande y alta con doce puertas. En cada puerta había un ser alado de tamaño descomunal. La ciudad era perfectamente cuadrada y la estructura de la muralla era de jaspe. Tanto la ciudad como las calles eran hechas de oro puro que brillaba como el cristal. Cada puerta era como una perla.

Pero no era la belleza de aquel lugar que más importaba, sino la paz que Martín ahora sentía. Allí no había lloro ni dolor. Mientras caminaba por las calles doradas de aquella indescriptible ciudad podría ver una muchedumbre con vestes blancas y en sus cabezas distintas coronas. Solo entonces percibió que también llevaba una ropa igual y tenía en su cabeza una pequeña corona. Durante el paseo se podría escuchar un coro de voces que envolvía todo aquel lugar. Una melodía incomparable… ¡Surreal!

Al llegar al fin de una de las calles pudo ver un gran trono. En este trono estaba sentado un rey. El dueño de aquella ciudad. Martín no veía su rostro, sino sus cabellos que eran blancos como la nieve. Él ya se consideraba un ciudadano de aquel extraño, pero asombroso reino, cuando sintió una mano en sus hombros y oyó una dulce voz que le dijo: “Por ahora es todo lo que puedes ver… Tienes que regresar, pero un día volverás aquí otra vez”.

Y en un abrir y cerrar de ojos, Martín estaba nuevamente tumbado en el cerro de Almería.

¿Sueño o realidad? – pensó Martín.

Tras un momento se encontraba lleno de la misma paz que había encontrado en la ciudad dorada y con una certidumbre: había disfrutado de una realidad que hace tanto tiempo soñaba.

                       Martín sabía que la vida le había regalado con una experiencia única y tenía solamente un deseo: ganas de volver. ¡Ganas de vivir!


Professor Denilson Duarte

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